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Del dicho al hecho hay mucho trecho dice el refrán, pero en pocas circunstancias esto es tan notorio. ¿Qué explica esta permanente contradicción? ¿Por qué se declara lo que no se está dispuesto a sostener en la práctica? Suponiendo honestidad, ¿son al fin y al cabo buenas intenciones que la dura realidad se encarga de llevarse por delante? ¿Son sólo malos líderes (o mal formados) o la situación es más estructural?
Nuestra visión es que gran parte del fenómeno tiene su explicación en la ausencia de una mirada integral del liderazgo requerido. Existe la peregrina idea de que el liderazgo sea agota en la capacidad de algunos de inspirar a otros y motivarlos a alcanzar ciertos resultados; pareciera que todos los esfuerzos formativos (en las instituciones educativas y en las propias empresas) en materia de liderazgo van por ahí.
Sin desconocer esas aristas, cabe preguntarse por qué en ese esfuerzo tan pocos abordan el desarrollo de un concepto estratégico del liderazgo, menos centrado en el desarrollo de las competencias personales de los llamados a liderar, y más focalizado a ligar indisolublemente el liderazgo de las personas al ejercicio cotidiano de la gestión como parte de la responsabilidad profesional exigible para lograr resultados. O sea, orientado a promover y desarrollar organizacionalmente culturas de liderazgo centradas valóricamente en las personas, donde se las aprecien no solo como un recurso disponible/prescindible.
Cabe preguntarse si en una sociedad que grita a los 4 vientos su deseo de instalar condiciones más igualitarias de vida para sus integrantes, tendrá cabida una visión más amplia del liderazgo que necesitan nuestras organizaciones, donde se aprecie su aporte a la creación efectiva de esas condiciones necesarias para alcanzar cotas superiores de desarrollo y no solo de crecimiento. Liderazgo que aporte al logro de resultados, pero con las personas y no solo a través de ellas.
Diego Arana Rück